“Es que tú siempre…” “Lo que pasa es que a ti te gusta… por eso, toda la vida…” “Lo único que sabes es…” “Ella es así, la conozco muy bien” “Eres un desconsiderado/flojo/inútil….” etc. etc…
Frases que vuelan como si fueran lanzas de guerra en campos de batalla entre espartanos, cruzados, mapuches o huancas, que si tienen buena puntería, lograrán que se hundan en el mismísimo corazón del “elegido” que se tambaleará, dando algunos pasos torpes antes de la caída que lo sacará de combate.
Todo esto ocurre en el imaginario campo de batalla en el que entrarás a luchar para intentar ganarle al otro con tus “sólidos argumentos”, sin darte cuenta que tu desesperación por tener la razón y cantarle al otro “sus cuatro ¿verdades?” hace que no te des cuenta de tu propia actitud de ataque, de agresión, de violencia.
Porque cuando usas palabras como: ERES, SIEMPRE, NUNCA, LO ÚNICO, TODA LA VIDA, etc., estás definiendo cosas de manera tan categórica que se parece a la de un científico revelando fórmulas químicas o matemáticas “exactas” con resultados inapelables. (¡Falsa ilusión que incluso ellos mismos aceptan en privado!). Esto no quiere decir que no pueda haber algo de verdad en lo que está pasando, pero definitivamente la forma que has utilizado para decirlo tiene mucho filo y puede equivaler a cortar mantequilla con un hacha. Y así, la reacción del blanco escogido, puede hacer que corra o se esconda para evitar la lanza filuda o que utilice todas sus fuerzas para extraer la punta incrustada en su sangrante corazón (porque de que lo tiene, lo tiene, aunque no lata a tu propio ritmo).
Entonces, el supuesto desahogo al que aspirabas diciendo todas estas frases, o el pretendido efecto “cambio” que querías lograr en el otro, terminan confundiéndose en una especie de culpa mezclada con aires de triunfo en un “¡A mí nadie me pisa el poncho!”. Pero, en realidad, tanto el campo de batalla, como la batalla, las lanzas y los triunfos son ficticios, una distracción más en el tortuoso camino de la comunicación entre los seres humanos.
Detente un minuto y piensa en lo que podrías sentir si alguien descubre una mentirilla tuya, algo que dijiste para protegerte o proteger a alguien y fue interpretada tan duramente por alguien cercano a ti, que luego de descubrirla, te lanzó un: “Eres una mentirosa”. “No eres digna de confianza”.
¡Uy! eso sí que dolió un poco… ¿No sería mejor que ese alguien cercano te hubiera dicho: “Me he dado cuenta que no dijiste la verdad sobre…. Habrás tenido alguna razón pero me gustaría que no volvieras a hacerlo para no empezar a desconfiar de lo que me digas”.
¿Toma más tiempo decirlo, verdad?, pero quizás el efecto esperado podría ser más profundo y el cambio aún posible, pero no exigido, en el otro. Porque las personas dicen mentiras, tienen comportamientos egoístas o actitudes desconsideradas, pero eso no nos faculta a definirlas, etiquetarlas o catapultarlas clasificándolas en especies con nombre y apellido. Me dirás que hay casos y casos, que existen los caraduras, los mentirosos compulsivos y los “vivos”, pero aun en esos casos, si usas esta segunda opción estarás diciendo la verdad de tu sentir sin necesidad de pisar el acelerador y arrancar en cuarta. Y el cambio en el otro se dará o no según su propia decisión, pero no podrá decir que lo juzgaste con exageración.
Entonces se trata de evitar convertirse en juez y verdugo, pues este último no solo es el que ejecuta físicamente una sentencia sino el que con sus palabras lapida al otro y podría hasta enterrarlo vivo.
En otras ocasiones, no son las decepciones las que te impulsan a juzgar sino las expectativas que tú solito te hiciste sobre una situación o sobre lo que “debería” ser/hacer tu pareja, tu madre, tus hijos, tu amiga o un compañero de trabajo o estudios. Cada quien es responsable de sus actos y de su expectativas, por tanto, si te decepcionas es también porque pusiste en bandeja tus anhelos, legítimos por cierto, pero quizás sembrados en terrenos poco fértiles. Y eso no es culpa de nadie. Se trata solo de cosechar aprendizaje y experiencia.
Me dirás, tal vez, que eso de actuar/hablar tan cautamente no va contigo, que tú eres impulsiva, directa y franca, pero te diré que podrías intentar una sencilla estrategia que me funciona bien y que trataré de resumir:
Cuando siento que he “metido la pata” o que he sido muy ingenua/confiada/abierta, o cuando me encuentro diciéndome a mí misma: “¡Ay, cómo no me di cuenta de esto!» o “¿Por qué le confié esto a …” “ No debí aceptar…” etc. , antes que aparezca la primera lanza filuda en mi mente con un “ ¡Que tonta! ¡Qué burra! , Soy una b/c/h… ” etc. me detengo en el acto y digo: “No tengo necesidad de lanzarme flechas, ya bastante aprendo con esta lección”.
Y no permito que entren a mi mente y consciencia frases hirientes que solo juzgan mis decisiones y experiencias de manera parcial, sin tomar en cuenta tantos otros factores que explican mi comportamiento. Lo que no dejo pasar es la oportunidad de evaluar lo ocurrido, de poner en ambos platillos de la balanza las razones o circunstancias que me llevaron a actuar/decidir/confiar, etc. y de evaluar hasta dónde es mi responsabilidad y hasta dónde la del otro o los otros.
Este ejercicio me libera de juicios y etiquetas sobre mi vida. Me ayuda a ser objetiva y me da siempre la oportunidad de seguir aprendiendo y viviendo sin culpas, sin reproches, sin lanzas filudas incrustadas en el corazón. Porque tu corazón siempre late y sostiene incondicionalmente tu aliento de vida, convirtiendo tu sangre venosa en arterial, en sangre pura, libre de sustancias dañinas y sin siquiera decirle: “Eres venosa, siempre traes desperdicios, eres incapaz de…”
No hace falta decirle siempre al otro lo que es, lo que no es, lo que tú crees que es… Para vivir una verdad basta con hacer tu parte, basta con evaluar una situación/relación y decir/decidir las cosas lo más objetivamente posible y cuidando siempre la integridad de tu corazón (que es muy parecido al del otro) , que siempre está dispuesto para ti y latirá lo que esté destinado a latir . Si aprendes a no auto lanzarte flechas afiladas, no te atraerán los campos de batalla, ni las batallas, ni las puntas afiladas. Entonces caminarás libre más allá de los campos de guerra y cambiarás la necesidad de “decir verdades” por la de “vivir verdades”.
Y para eso…¡ solo te bastas Tú !
La vida es sabia, extraordinario escrito, justo ayer me preguntaba en relación a un encuentro con una gran señora q me comentaba sus inquietudes sobre situaciones acerca de su diario vivir.Me llamo , agendamos un encuentro y me puse a pensar q esta vez le diría cosas diferentes a lo q siempre le decía: «Tienes que hacer esto, o así no y uno q otro eres una mamá…, una hermana…. etc etc, Yo juzgaba mucho su procede le decía el lo que yo suponía q debía hacer. Ja,ja ¡ tremendo exabrupto! ¡qué osadía tan grande! Pero esta vez, , antes de ir al encuentro me dije a mi misma : «esta vez solo escucha» y entonces la escuchè… al final la abracé y le dije sé feliz, deccidas lo q decidas, hazlo solo pensando en ti.
Gracias Vicky x tan hermoso texto.
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