Abrió los ojos con los párpados aun pesaditos pero decididos, volvió a pestañear un par de veces y no pudo reconocer el celeste del cielo que miraba… límpido, indescriptiblemente hermoso, infinito… “¿Dónde estoy? ¿Qué día es hoy?” “Este cielo no lo reconozco. Podría ser el de la ciudad donde trabajo o tal vez el del pueblo donde nací. ¿Estoy, tal vez, en un lugar al que he venido por primera vez y no lo recuerdo?” Duró unos instantes que parecieron eternos. El celeste cielo no se iba, permanecía inmóvil, eterno, ajeno a todo lo conocido o reconocido. Volvió a pestañear y entonces recordó: “Es abril, estoy en la casita de madera en el techo de mi casa donde llegué anoche muerta de cansancio y olvidé cerrar la ventana y correr la cortina ¡Qué alivio!”.
Por un momento pensó que había perdido la memoria o estaba perdida en un mundo ajeno. Volvió a mirar al cielo pero esta vez el celeste límpido había desaparecido; en cambio, estaba un cielo nublado, opaco, nada fuera de lo común en esa época del año. Y entonces pensó: “¿Y dónde se fue ese cielo claro, de celeste lumínico, subyugante y cálido? Debería estar allí, allí mismo donde lo vi hace unos segundos… ¿qué pasó? ¿acaso estuve en “otro lugar” ?
Es cierto que había querido saber dónde estaba, pero es más cierto que mirando ese hermoso cielo azul había sentido alas en su corazón y una felicidad difícil de explicar. Sintió un hueco en el pecho, una especie de hoyo negro en el alma y supo que había perdido algo importante que no tenía explicación lógica. Volvió a los quehaceres del día y ya no quiso pensar, pero el hoyo en el alma la acompañó desde entonces y permaneció en ella hasta el último día de su vida. Murió trágicamente en un accidente de carretera, siete meses después, cuando salía de vacaciones hacia una playa del norte cuyo cielo había visto en fotos y le recordaba aquel maravilloso cielo azul que la sorprendió al despertar esa mañana de abril.
Esto le ocurrió a una entrañable amiga mía con la que solía compartir humeantes tazas de café o algunos tragos en medio de cálidas conversaciones sobre nuestras vidas. Ella siempre fue alegre y extrovertida, pero algo cambió luego de la experiencia que tuvo y que acabo de relatar. En su conversación, aparecieron preguntas como: “¿Tú crees que ese cielo estuvo solo en mi imaginación o fue real? Yo siento que fue real. Me hubiera gustado disfrutarlo sin preguntarme nada, sin querer encontrarle una explicación lógica a todo. Al fin y al cabo, era solo un cielo, un inocente cielo…”
En nuestro último encuentro (que yo jamás imaginé que lo fuera) me dijo:
“Vicky, ¿Qué es la libertad? ¿Cómo puedo ser más libre? ¿Qué cárceles me encierran y limitan de aprender, de vivir, de recibir, de dar?… Yo la miré y solo atiné a decirle: “Creo que la libertad es como un avecilla que nace en el corazón y hay que alimentarla y alimentarla para que un día pueda volar. Te prometo que en nuestro próximo encuentro hablaremos más de esto”. Luego, ella me habló de una hermosa playa del norte a la que iría en vacaciones y me mostró esta foto:
Fue la última vez que la vi.
Ser libre, libre de pensamiento, palabra y obra, vivir libremente, sentirse en libertad…
Algunos dirán: “Eso no es posible en una sociedad como la nuestra en la que tienes que adaptarte, seguir órdenes de tus superiores en el trabajo, cumplir responsabilidades con hijos y padres, cuidar tu matrimonio, pareja, prestigio, etc.”
Pero como dirían los ingenieros y expertos en Estadística: “Todo depende de los grados de libertad que le des al mecanismo o estructura” (¡ ?)
Según estas ciencias, un mecanismo (cuerpo/estructura) puede tener cierto número de movimientos (giros y desplazamientos) en tres direcciones independientes, pero si se acopla a otro mecanismo o se fija a ciertos parámetros (condiciones), algunos de estos movimientos se pierden. Los grados de libertad son los desplazamientos y giros que aún son posibles luego de la fijación de parámetros.
Entonces, resultará “científica y experimentalmente” importante para tu Vida pensar muy bien antes de fijar parámetros y acoplarse a otros mecanismos, pues de estas decisiones dependerá el margen de libertad (grados de libertad) que puedes alcanzar, no solo en tu vida presente, sino en todos los escenarios posibles en los que puedes encontrarte en un tiempo próximo. Esto incluye, por supuesto, las nuevas circunstancias, personas e información que lleguen a tu Vida.
Uno de los parámetros más fuertes creo que es la ideología, es decir, todo ese conjunto de ideas, creencias, costumbres familiares y sociales, tradiciones, normas sociales establecidas y otros “cucos” que tienes en tu cabecita; que aparecen sin que los llames justo cuando intentas decidir algo a favor de una mejora para ti, y que muchas veces solo sirven para dar vueltas y vueltas en un sinfín de pensamientos que empiezan a parir “hijitos culposos” como “mejor no doy este paso”, “¡qué van a decir mí!” “mi familia es muy tradicional y no aceptaría esto”, etc. Si esto ocurre, entonces ¡Atención! ¡Luz roja! , Acoplamiento, Fijación a una estructura, ¡Peligro, Peligro!
Otras veces, ocurre que lo que reprime tu libertad es la resistencia a lo nuevo, a lo que no es seguro (¿Pero qué sí lo es?) y esto hace que no arriesgues, que dudes, que te detengas y vuelvas sobre lo ya conocido aunque eso signifique seguir soportando situaciones y relaciones desiguales, seguir sacrificándote…
Pero por muy fuertes y resistentes que puedan ser estos parámetros siempre hay formas de alimentar y fortalecer tu libertad para que cada día que vivas tenga más “grados”.
Puedes recordar que siempre eres libre de pensar distinto, de expresar tu opinión o de reservártela si así lo consideras, de cerrar cualquier libro y no seguir leyéndolo, sobre todo los de la serie: “Lo que no logré”, “Como me arrepiento de…”, “Por mi culpa…”.
Siempre podrás apagar la tele a la hora del noticiero o decidir ver noticias cada tres días y a esas horas hacer lo que te gusta y siempre postergas por “falta de tiempo”. También alimentarás tu libertad si vistes como se te antoja siguiendo tu propio estilo, si dices no a las reuniones sociales que no te aportan nada y a las que antes ibas solo para evitar el qué dirán de tus familiares y amigos.
Gozarás el cielo azul de tu libertad cuando dispongas del dinero que tú mismo generaste así solo sea para disfrutar de un heladito, solo o en compañía de quien tú quieras; cuando cambies de domicilio y de jefe las veces necesarias sin sentir que pierdes algo; cuando logres decir “No puedo responderte de inmediato, lo pensaré y luego te avisaré”.
Cuando camines en una dirección distinta al resto porque tu alma así lo demanda. Cuando digas con la misma facilidad “Bienvenido a mi casa” o “Gracias, hasta aquí llegamos”.
La libertad no es una utopía, es una realidad que se construye con pequeñas piezas cada día, con cada decisión, con cada paso que das…
Y un día cualquiera, de esos que a veces ni llevas la cuenta, despertarás, abrirás los ojos, y ese límpido e increíblemente luminoso cielo azul aparecerá ante ti para no irse jamás; lo abrazarás con el alma, abrirás el corazón, acallarás la mente intrusa y te fundirás, irremediablemente, en las alas de su celeste y subyugante libertad.