Miedo…miedito…miedo

¿Quién no ha sentido miedo alguna vez en su vida?  Recuerdo que de niña vivía en una casa huerta muy antigua, construida de quincha y adobe, que tenía varios cuartos que se comunicaban entre sí hasta llegar al final de la casa, a  unos 30 metros del comedor. Una noche,   mi madre nos pidió a mi hermana y a mí que fuéramos por nuestras chompitas para llevarnos  a dar una vuelta. Mi hermana tenía 7 y yo, 6. Salimos corriendo en dirección al interior de  la casa y luego de pasar 5 habitaciones grandes de techos altos (típicos de las casonas antiguas),  llegamos a nuestra habitación. Todo estaba oscuro, completamente oscuro, el interruptor de luz estaba demasiado alto para poder alcanzarlo y por más que nos esforzamos no logramos encenderlo. Entonces empezamos a buscar a tientas la cómoda donde estaban nuestras chompas. En el intento nos perdimos de vista, buscábamos y buscábamos y de pronto, sin darnos cuenta…. Zass!  ¡Nos chocamos espalda con espalda! Esto me produjo tal espanto que salí  corriendo  y  gritando  despavorida: “¡el monstruo… el monstruo!”. Mi hermana se asustó mucho también, pero después dijo que fue más  por mis gritos y  no porque pensara que hubiera un monstruo.

Este es mi primer recuerdo del miedo, y el segundo fue cuando, también de noche, leí por curiosidad una Biblia muy antigua  (que mi abuela guardaba en el cajón de una mesa que yo había abierto por curiosidad). La abrí justamente por el Apocalipsis y lo que leí,  sencillamente me aterrorizó  hasta el llanto. Mi imaginación voló hasta crear los castigos más severos y los monstruos más temibles. Minutos después,  mi abuela me consolaría y con el tiempo olvidaría todo…

A lo largo de nuestra vida, sea por una u otra circunstancia, surge dentro de nosotros la sensación de inseguridad o angustia por lo que está ocurriendo, o por lo que aún no sucede pero tememos que ocurra.

miedos

El miedo ha estado presente desde los albores de la humanidad y es considerado una emoción espontánea que surge como un mecanismo de defensa ante situaciones de peligro inminente. Su  origen es  muy remoto, tal vez apareció cuando el hombre primitivo vivía en cavernas  y tenía que defenderse permanentemente de fieras salvajes, o protegerse de calamidades naturales como tormentas, inundaciones, terremotos y erupciones volcánicas. Este tipo de miedo cumple una función adaptativa y de supervivencia  y es completamente válido;  no dura más allá de lo que tiene que durar, y pasado el peligro, se desvanece para dar paso al disfrute natural de la vida.

También existen los miedos o fobias que tienen su origen en experiencias traumáticas de la infancia, que son heredados de nuestros padres o podrían tener que ver con experiencias de vidas anteriores.

Pero  existen otro tipo de miedos, aquellos que no tienen que ver con el instinto de sobrevivencia o la influencia externa, sino más bien,  son originados por  un mecanismo de nuestra mente que hace que nos imaginemos posibles peligros o situaciones terribles aun cuando estas no tengan sustento real. Estos miedos crecen en nuestra mente hasta crear situaciones ficticias de desastre que no hacen sino empeorar nuestro estado mental y anímico con la consecuente pérdida de tranquilidad, sueño y sentido objetivo de las cosas. Detectar y erradicar de nuestra mente este tipo de miedos es tarea necesaria para evitar caer en estados de desesperación cuando vivimos  situaciones cuyo resultado aún no se conoce y que no dependen de nosotros.

La vida presenta a diario pequeños retos para ejercitar la confianza en nosotros mismos y  en un orden invisible que muchas veces no comprendemos, pero actúa amigablemente a nuestro favor. Sin dejar de ser realistas,  y  a pesar de sentir miedo, podemos decidirnos a  actuar.

Les dejo a continuación un cuento de la colección Regando el Alma (Historias para Buscadores) de Enrique Álvarez Mérida, que habla sobre diferentes actitudes frente a una situación en que el miedo surge.

TESTIMONIO NATALY_Mesa de trabajo 1

 

¿CUÁL ES TU NATURALEZA?

Mientras pienses que tienes la mínima diferencia con Dios, estarás dominado por el miedo. Pero cuando sepas que eres Él, que no hay diferencia entre vosotros, ninguna diferencia, cuando sepas que tú eres Él, todo Él, desaparecerá el miedo. Por eso, atrévete a ser libre, atrévete a ir donde te lleva tu pensamiento, atrévete a realizarlo en tu vida.

                                                                      Swami Vivekananda

La barriada era una gran extensión de casas bajas unifamiliares, separadas entre ellas por una porción de césped y una pequeña valla de madera, exactamente igual que en las películas americanas. El trazado urbano era una sucesión de calles en forma de cuadrícula que tejía una inmensa red que parecía no tener fin. Ahí vivía la mayor parte de los ciudadanos de la capital. Con tanta casa con jardín y tantas familias por todas partes, el número de mascotas era también muy elevado. Como de costumbre, perros y gatos ganaban por goleada al resto, aunque también había peces, hamsters, pájaros enjaulados, conejos, erizos y hasta tarántulas y serpientes.

Pero el caso que ahora nos ocupa trata sobre un gato, un pequeño explorador de apenas tres meses de vida que, jugando como solía, trepó a uno de los cerezos del jardín de su casa. Miki, el gatito, era tan pequeño como juguetón, circunstancias que, una vez unidas, podía ocasionar toda suerte de situaciones complicadas. Esta vez, Miki había trepado tan alto que no se atrevía a realizar el camino de vuelta. Aterrado, comenzó a maullar.

GATITO

– ¡Mamá! – gritó Luisa–. ¡Miki se ha subido a un árbol y no puede bajar!

–Ahora voy, corazón –contestó la madre, que hasta ese momento estaba en la salita tomando té tranquilamente con su hermana.

La madre salió al jardín, donde no tuvo que preguntar cuál era el árbol: ya lo encontró siguiendo los maullidos desesperados de Miki.

–Ya voy, enano –dijo ella mientras se iba agarrando a las ramas.

– ¿Pero te vas a subir ahí? – preguntó su hermana contrariada con la taza de té en la mano–. ¿Pero qué te crees, que eres una cría?

–Alguien tendrá que bajar al pobre gato, ¿no?

–Pero que no eres una chiquilla. Que tú eres muy torpe y si te caes te vas a hacer daño.

– Muchas gracias por ser tan positiva. ¿Has oído eso de quien cree que es imposible no debería molestar a los que lo están haciendo? –preguntó la mamá mientras iba ganando altura.

Al poco alcanzó la rama donde Miki, muerto de miedo, se aferraba con todas sus fuerzas. La madre se aseguró primero de estar bien sujeta y, luego adelantó una mano para agarrar al minino.

– ¡Au! –exclamó

– ¿Qué ha pasado? –preguntó la hermana.

– ¡Me ha arañado! ¡Ay!

– ¿Qué?

– Lo ha vuelto a hacer. ¿Pero de dónde saca este pequeñajo ese uñas? ¡Ah! ¡Otra vez!

– ¡Pero qué cabezota eres! –le espetó la hermana desde el césped–. ¿Quieres dejarlo de una vez?

– Miki está asustado –contestó la mamá–. Por lo tanto está en su naturaleza defenderse y arañar. Pero en mi naturaleza está ayudar –dijo metiendo la mano en la manga de la camisa para protegerse del animal.

Así no tuvo inconveniente en agarrarlo y llevarlo hacia abajo.

¡Bien! –gritó la niña encantada al recibir a su gatito sano y salvo.

–Y ¿cuál es tu naturaleza? –finalizó la madre, lanzando una mirada amorosa a su querida hermana.

                                                                   ——————————

                                                              ¿Cuál es tu naturaleza?

 

2 comentarios en “Miedo…miedito…miedo

    • vivirentuser dijo:

      Gracias Victoria, a veces lo que ocurre en nuestras vidas tiene rasgos comunes que hacen que nuestros caminos se acerquen y podamos compartir un mismo sentir y aprendizaje. Y sobre los paisajes, la mayoría de ellos han sido tomas del cielo y alrededores de la Costa Verde, Quebrada de Armendariz, Miraflores y el Malecón Pazos , en Barranco, Lima. Gracias por tu interés y comentarios.

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