Pedir un espacio, pedir un tiempo, pedir comprensión, pedir protección, pedir una oportunidad, pedir perdón, pedir un favor, pedir una oportunidad, pedir una prórroga, pedir salud para un enfermo, pedir, pedir…
Pedimos a los humanos y pedimos a lo(s) que está(n) más allá de lo humano; a lo divino.
Pedir a los ángeles, pedir a un santo (o a todos), pedir a un poder superior a ti, pedir a los dioses o a un solo Dios.
Pedir lo que sientes que necesitas, lo que quieres alcanzar, lo que anhelas secreta y no tan secretamente; pedir justicia, pedir un préstamo, pedir que vuelva el ser amado, pedir la separación (o el temido divorcio), pedir una reparación, pedir la renuncia de alguien, pedir un aumento, pedir la devolución de tu dinero, pedir la visa, pedir la mano (¿solo la mano?), pedir que tu chacra produzca, pedir “un like”, pedir un descuento o una “yapita”, pedir, pedir…
Y cuando pides, pueden pasar dos cosas: O recibes feliz lo que estabas esperando y le cuentas a todo el mundo el milagro y el santo, o te quedas como alelado(a) pensando en por qué no se te concedió lo deseado. Si pediste a un humano, puede que llegues a concluir cosas como: “Pero que puedo esperar de este(a)… si es un(a) desconsiderado(a), metalizado(a), egocéntrico(a)…”, etc.; y si tu pedido estuvo dirigido a entidades celestiales, puede que te digas: “Es que a mi Dios no me escucha”, “Es que no sé rezar como debe ser», en fin.
Pero la cosa no queda ahí, porque muchas veces, luego del shock inicial por la solicitud denegada, te empiezas a comparar con otros, es decir, con tus amigos, tus hermanos (as), primos(as), cuñados(as), con tus compañeros de trabajo, con tu jefe, con tus vecinos y … terminas diciendo frases desdichadas como: “La gente mala tiene una sueerteee…” o “Nada se saca siendo buena(o)”.
Y así, te sigues torturando sin darte cuenta que toda esta historia la armaste tú, cuando te fumaste la droguita tentadora del “Pedir, que se os dará”.
Pedir no está mal, pero el asunto se complica si crees que el otro que está más allá o más acá, tendría que darte lo que pides, ¡No funciona así!
Cada cosa que haces, cada deseo, cada pedido que lanzas tiene un punto de partida, un origen. ¿Cuál es el origen de tus pedidos? ¿Será, tal vez, tu cerebro/mente con su lógica y raciocinio? ¿Partirá de un miedo camufladito entre tus buenas intenciones? ¿De algún dolor de bolsillo o billetera? ¿O , quizás, salió de esa nubecita llamada imaginación?
¿Desde dónde pides?
“Conócete a ti mismo” era la frase que recibía a los peregrinos de la Antigua Grecia, cuando se acercaban al templo de Apolo, en Delfos, a consultar sobre su destino y pedir respuestas sobre lo que tenían o no tenían que hacer. Sabia advertencia ¡claro!, porque ahora que recuerdo, cuando mi hijo tenía 4 años, me pidió que le comprara un automóvil para que viajará diariamente con sus amigos al colegio y no tener que tomar la movilidad. Por supuesto que su pedido fue denegado, y aunque hubo una amable explicación de mi parte, la entendiera o no, daba lo mismo, porque definitivamente su inocente y osada solicitud, de plano, ya estaba rechazada. No sabía realmente lo que necesitaba y podía manejar a los 4 años. No era un pedido consciente.
“Pidan que se os dará”, “Llamen a la puerta y se os abrirá” nos recuerdan célebres pasajes bíblicos que muchas veces puedes haberlos tomado (muy) literalmente.
“Repite muchas veces: Soy abundante, soy próspera, soy poderosa”, “tengo una casa con dos piscinas y…” “Haz tus afirmaciones en presente y visualiza detalles, colores, olores y sabores, y verás que todo eso se materializará. No olvides ser muy, muy preciso” , proclaman los que difunden un internacionalmente comercializado “secreto”.
“Haz tus ofrendas, tus pagos, tus aportes económicos/comestibles/musicales o etílicos y el santo celebrado, o la laguna/huaringa/cueva/montaña mágica y sus espíritus habitantes, te concederán lo que pides y te lo multiplicarán”, aseguran chamanes/brujos/jerarcas/maestros, intermediarios de los simples mortales ante los dioses ancestrales.
Discursos, recursos, menjunjes… y platita o platota invertida de por medio, hacen que bailes la Danza de los Pedidos, que a veces se cumplirán y otras, no. En este último caso, puedes recibir consoladoras respuestas por parte de los intermediarios como:“Es que puede que no estés preparado para recibir lo que pediste” o “Es que no es tu momento”. Y eso será todo, porque devolución de dinero (o especies) por los servicios prestados, no hay.
Pedir, desde algún lugar de tu inconsciencia, puede ser a veces un engaño de tu mente, que luego hará que culpes/responsabilices a quien no te dio lo que pedías, sin darte cuenta de tus propias limitaciones e incoherencias.
Con todo esto no te quiero decir que no hay que pedir. Claro que puedes hacerlo. Puedes pedir lo que sientes necesitar, puedes pedir por el bienestar y la salud de alguien; pedirlo desde lo más profundo de tu corazón, pero siendo consciente de que hay mucha información visible e invisible que no manejas, y que tu pedido puede estar alineado, o no, con la verdad y el mejor propósito de tu camino evolutivo, o el de ese otro al que tanto deseas el bien. Pedir con sinceridad, con humildad, con entrega.
Pedir, sí, pedir la fuerza para estar a la altura de lo que te corresponde hacer cada día; pedir iluminación y guía para avanzar en el camino que elegiste o iniciar uno distinto; pedir equilibrio interno, coherencia entre tus pensamientos, tus sentimientos, y tus acciones. Pedir, no desde la necesidad, sino desde el compromiso de tus actos y decisiones. Y no esperes ningún resultado específico, porque lo que te corresponda llegará cuando tenga que llegar, para ti y para todos los que amas. De esso puedes estar seguro.
Me despido con una frase del inolvidable Facundo Cabral:
“No interrumpas con tu pequeña cabeza, la maravillosa y sabia Obra del Creador”.