Cuando emprendí el viaje hacia la vida que bajo esta forma física y emocional decidí tener, no pude siquiera imaginar el sinnúmero de veces en las que mis buenas intenciones y deseos para otros, en especial los que más quiero, se estrellarían con la realidad de comprobar mi enorme incapacidad para evitar las dolorosas consecuencias de sus acciones.
Me ocurrió y aún me ocurre con seres queridos, amigos y conocidos; eso de sentir que se están equivocando o tomando decisiones de alto riesgo en su vida y no poder hacer nada o casi nada para evitarlo. Es como si pudieras ver los profundos abismos que ellos encontrarán en su camino y no poder hacer mucho por evitarles el dolor y el retraso de las caídas. ¿Te ha ocurrido alguna vez también a ti?
¿Has estado alguna vez en la posición de advertir a quien te importa, o al menos aprecias, que está yendo por la ruta más complicada; que ese argumento que pretende usar ha sido ya desestimado; que está llevando en los bolsillos armas de defensa desproporcionadas que pueden dañarlo más que ayudarlo a defenderse; que lo que considera alimento es, más bien, veneno disfrazado…?
¿Te ocurrió alguna vez que hablaste horas de horas y te esforzaste en hacerlo(a) razonar para intentar un avance en su comprensión de aquello que puede perjudicarlo o hacerle perder tiempo, salud, recursos y energía? ¿Sentiste esa sensación de tener que informarle a tiempo del inminente desastre, de hacer sonar la alarma, para luego comprobar lo inútil de tus esfuerzos?


Me dirás que lo mejor es dejar a cada uno con su rollo, que tú nunca te metes en la vida de nadie porque ni siquiera puedes con la tuya (argumento convincente), que a ti nadie te ayuda y tú no tienes por qué ayudar a nadie…en fin. Lo único que sé es que mis interrogantes no van por el lado de “salvar a otros”. Esa lección ya la aprendí, y si en algún momento la olvido, procuro recordar la frase que alguien muy sabio dijo: “Los salvadores mueren crucificados”.
No, yo me estoy refiriendo al instinto humano más puro de solidaridad en la lucha por la sobrevivencia, a conformarme con ser solo el letrero “Curva peligrosa”, “Peligro, Alta tensión»,» Desvío a 100m”, “Material inflamable”, o algo así. A solo pretender o aspirar a que el caminante esté en condiciones mínimas de leer el letrero y entender lo que lee; aunque eso me recuerda un estudio sobre las competencias de aprendizaje de los peruanos: “El X% de peruanos no entiende lo que lee”, pero… ¡no le echemos más leña al fuego!

Entonces… ¿Qué hace que los seres de este mundo vayan deambulando entre caminos de trocha, carreteras, puentes y autopistas, acercándose a bordes y precipicios en mayor o menor grado? ¿Qué determina el grado de automatismo o cordura, de dispersión o atención, de ignorancia o consciencia en esta vida terrenal?
En mi modesto entender y pecando de simplista, me atreveré a señalar dos posibles explicaciones para esta irracional práctica humana de estar siempre acercándose al borde del precipicio:
- ACTÚAS Y DECIDES SEGÚN TU(S) SISTEMA(S) DE PENSAMIENTO: Según lo que escuchaste y te enseñaron de niño(a), los modelos de pensamiento que absorbiste de los adultos cercanos a ti (padres, hermanos, tíos, profesores). Te comportas según las costumbres y tradiciones de tu entorno social, laboral, cultural. Y luego, están también los principios y normas de tu iglesia, asociación, club, hermandad; etc.; las recomendaciones de tu(s) psicólogo(s), coach(es)… Uff! Todo eso está instalado en tu cabecita y pocas veces es filtrado, o al menos, puesto en duda. Es más, a veces ya ni puedes separar lo que crees tú de lo que dicen otros. Y todo esto sin contar tu dosis diaria de TV y redes sociales. Todo un menjunje de creencias y supuestas verdades, que alberga las más sutiles y profundas contradicciones. Todo esto podría explicar las inevitables incoherencias de tu vida y tu zigzagueante deambular por el mundo.

2. SABES MUY BIEN LO QUE HACES Y SABES TAMBIÉN QUE SIEMPRE HABRÁ ALGUIEN QUE “TE SALVE”: Te das cuenta de las cosas, sabes que estás andando por caminos de riesgo, que puedes perjudicarte o perjudicar a otros, pero aún así, decides continuar y pasar de largo los letreros de advertencia del camino.
Es verdad que tienes derecho a decidir en todos los asuntos de tu vida. El punto es si, luego de todo esto, eres suficientemente maduro y valiente para asumir las consecuencias de tus actos y no buscar a otro(s) para solicitar la solidaria “ayuda”; pues lo más cómodo y rápido es recurrir a ellos, unidos a ti por afectos o genes, porque sabes muy bien que te quieren y no se negarán a cargar las pesadas piedras que tú mismo recogiste…¡Qué bonita familia!
El porqué lo haces puede tener que ver con tus defectos, apegos y miedos, esa parte de ti que no puedes cambiar, porque ni siquiera alcanzas a mirar.

Si, en cambio, resistes valientemente como para asumir tú solito las consecuencias de tus decisiones, crecerás en consciencia y podrás algún día servir de letrero de advertencia a otros. Sin embargo, y a pesar de tus nobles ideales y sentimientos, muchas veces tendrás que aceptar ser solo ese letrero , porque nada podrás hacer para evitar el destino del terco caminante. Otras veces, serás tú mismo el que decida ignorar las advertencias del camino. Eso es lo que se llama libre albedrío, y llegar a entenderlo y sobre todo aceptarlo en la vida de los que amas, es tarea mayor.
Tal vez, el gran desafío sea crecer como ser humano y adquirir cada vez más fortaleza y confianza en ti mismo, en la Vida, o en Algo Superior a ti. Quizás, se trata de aprender de los desaciertos, asumir las consecuencias de tus decisiones, y una vez aprendida la lección, no renunciar a ser luz de advertencia para otros. Y si no toman en cuenta tus señales, prepararte para verlos rodar cuesta abajo, porque a pesar de la advertencia, así lo decidieron.
Tal vez, de eso trata la Vida, de poder llegar a alcanzar ese estado elevado de consciencia que te permite amarte y amar a otros desde la libertad del dar y recibir sin condición.
¡Sigamos intentándolo!
