Amanece el día y la luz se abre paso entre la oscuridad al igual que el agua se desliza, sin reparo, a través de una fina ranura y siguiendo su naturaleza de fluido sin mayor  cuestionamiento. Cuando la tarde va llegando a su fin,  las sombras de la noche van ganando su espacio hasta reducir la luz  a solo algunos puntitos diminutos brillando  en el cielo o a un negro total sin más ni más.

La luz se rinde ante las sombras y las sombras retroceden ante la luz; ambas saben que el cambio es inevitable y no ofrecen mayor resistencia. Cada una, a su turno, ocupa un espacio-tiempo que llegará a su término inevitablemente, pero no por eso dejarán de manifestarse nuevamente cuando las condiciones naturales así se lo permitan.

Cuando mi estado de ánimo estaba algo decaído o lucía muy preocupada (hoy diría “estresada”) mi abuela me decía: “Necesitas cambiar de aires”. Eso quería decir  moverse, viajar, mudarse, cambiar de trabajo, romper la rutina, dejar lo conocido y  abrirse a lo nuevo.

Pero estar dispuesto a realizar cambios en tu vida  puede ser una actitud algo difícil de manejar,  a diferencia de otras actitudes que te propongas adoptar, como por ejemplo, tener una actitud positiva, agradecida, pro activa o solidaria. Cambiar de marca de champú o de operador telefónico resulta  mucho más fácil que cambiar de trabajo o  poner fin a una relación complicada. Es más fácil decir “ojalá que esto cambie” que decidirse a dar los pasos que te aproximarán a ese cambio.

¿Por qué nos resistimos más al cambio cuando se trata  de un trabajo, de una relación o del lugar donde siempre hemos vivido?

¿No será que estás poniendo en ese «trabajo», «persona” «casa/zona» la base de tu seguridad o estabilidad ?  ¿Será, tal vez, que te sientes amenazado si alguna de esas cosas mutan o desaparecen de tu vida? Las razones para permanecer en lo conocido pueden ser muy lógicas y variopintas, y presentar argumentos muy sólidos a favor de la estabilidad y la permanencia, pero lamento decirte que el cambio, si está en concordancia con lo que Tú realmente eres  y armoniza con el  diseño de tu Vida, será inevitable  y  ocurrirá, no voy a decir “tarde o temprano”, sino más bien  ¡entre gallos y medianoche! ,  que en cristiano quiere decir: “de madrugada” “mientras duermes” o “cuando menos lo esperes o siquiera imagines”. Y esto es así no porque yo lo diga  sino porque le ha ocurrido y seguirá ocurriendo a muchísimos seres humanos. Me incluyo.

Creo que una posible explicación  de la resistencia al cambio cuando se trata de cosas  o relaciones -que piensas que  te dan seguridad- es que todo lo nuevo implica siempre un grado de incertidumbre  (que a veces puedes  o quieres  confundir  con inseguridad, desequilibrio,  o desorden). Quieres garantías, tenerlo todo o casi todo bajo control, no equivocarte, no perder.

Pero la vida discurre de otra manera y bajo otros códigos,  y felizmente es así; pues imagínate qué sería del bebé de 9 meses que no se animara a salir del vientre de su madre, o si las semillas no se transformaran en tallos, hojas, flores y frutos y jamás llegaran a ser la deliciosa manzana, naranja o fresa que muchas veces deleitan tu paladar.

El cambio es inherente  a la Vida y esta verdad tiene ya muchos siglos. Sabios y maestros espirituales conocieron desde tiempos inmemoriales los principios universales eternos que rigen la Vida y el devenir del Universo. Estos principios,  llamados herméticos, se encuentran resumidos en El Kybalión  y uno de ellos es  El principio de Vibración: “Nada está inmóvil, todo se mueve, todo vibra”.

La esencia de la vida es el cambio, que no necesariamente implica un movimiento o alteración visible en el espacio-­tiempo; el cambio se da también a niveles internos y sutiles,  en la forma en que  abordas una situación difícil, en la manera en que te relacionas con otros, en la visión que tienes  de ti mismo, de los demás,  en tu forma de ver la vida y la muerte.

Por otro lado, si te resistes a lo nuevo empezarás a retener en tu vida cosas, personas, creencias, responsabilidades,  que tal vez ya no te correspondan  y que tú (acostumbrado a hacer lo mismo por tanto tiempo) puedes pensar que al soltarlas te harán perder  seguridad y estabilidad .

Es  como cuando ocupas el limitado espacio de tu closet con prendas que ya no utilizas y quizás nunca vuelvas a utilizar y no te deshaces de ellas porque piensas  que “algún día pueden servir”. Alguna vez leí que como está tu closet, está tu vida;  en otras palabras: cuanto más atiborrado esté tu closet, igual e innecesariamente ocupada estará  tu vida con creencias, relaciones o responsabilidades, sin ceder espacio a lo nuevo, a lo diferente, a lo que aún no has vivido hasta hoy.

Y aquí recuerdo otro principio del Kybalión:

Principio de Correspondencia: “Como es arriba es abajo; como es abajo es arriba.” ”Como es adentro es afuera; como es afuera es adentro”

Te animo a que en algún momento del día mires al cielo y contemples un poco el movimiento de las nubes;  la forma en que se desplazan, cómo se enrarecen o acumulan para luego transformarse en garúas  o fuertes lluvias, dejando su forma conocida y  siguiendo su naturaleza esencial…

Y si una nube se transforma, cuánto más puedes hacerlo tú, criatura inteligente, que estás dotada de maravillosos sistemas de relación,  no solo con tus semejantes sino con toda  la vida que te rodea.

Si hoy viviera mi abuela y además  hubiera leído El Kybalión¸ estoy segura que terminaría esta reflexión diciendo:“Si yo fuera tú, no solo cambiaría de aires sino que ¡sería el mismo aire!«.